Muchos políticos piensan que el talento o, sobre todo, los contactos son lo esencial para hacernos un espacio de referencia en política. Es relativo: en política no llega a líder quien tiene más talento o una buena cartera de contactos, sino quien conoce mejor cómo funciona la influencia y el poder.
La marca personal forma parte del poder de atracción y convicción de un político. La marca personal nos identifica. Es aquello por lo que los votantes nos votan… o no. Es la imagen que los demás tienen de nosotros. Es la huella que dejamos, lo que los demás sienten o recuerdan cuando oyen o pronuncian nuestro nombre.
La principal estrategia en la vida política, o en la profesional, es ser capaz de desarrollar nuestras principales virtudes o fortalezas, aquello que nos distingue del resto y que la sociedad valora. Para conseguirlo con más posibilidades de éxito hay que tener claro lo que queremos, y lo que no queremos, y definir un plan personal u hoja de ruta explícito.
Construir una marca personal es clave a la hora de crear vínculos emocionales y convencer a los votantes y de mejorar posiciones o progresar en el propio partido. En un mar de políticos (diputados, senadores, alcaldes, etc.) es crucial diferenciarse y ser reconocidos, hacernos familiares, porque las personas confiamos más en quien más conocemos y con quien compartimos valores, emociones, percepciones y visión del mundo. Es preciso crear, a partir del autoconocimiento, de nuestros valores y de nuestra autenticidad, una marca personal que nos haga diferentes, para potenciarnos o, a veces, sobrevivir.
La marca personal nos distingue del resto de políticos y crea vínculos emocionales con las personas a las que se dirige. Llega a su corazón. Lo ideal es que nos refuerce como político confiable, útil, valioso, accesible, riguroso y sincero y, actualmente, es muy importante no tener en la biografía ningún atisbo de corrupción o de favores pagados. Es imperioso tener un posicionamiento sencillo y constante: un mensaje propio, fácil de entender, relevante, veraz y coherente.
Por lealtad, es preciso que nuestra marca personal sea coherente con la de nuestro partido, porque el partido nos pide, por encima de todo, obediencia. No obstante, el partido debería tener presente la importancia de potenciar no solo la marca del partido sino también la de sus políticos, más allá del principal líder, porque si potenciamos a los políticos estamos potenciando al partido y viceversa. Así, un partido puede ser también definido como un sistema o familia de marcas: el partido, propiamente dicho, y sus militantes, de entre los que destacan los cargos públicos: todos deben compartir valores y principios, pero todos tienen una identidad propia, que hay que saber diferenciar y que hay que hacer valorar.
La gestión de la marca personal, tal como la entendemos, no trata de crear imágenes falsas del político, sino de ser genuinos, auténticos. Es necesario que nos presentemos y comportemos ante los demás tal como somos, y que mejoremos, eso sí, aquellas competencias o habilidades que puedan frenar nuestra progresión.
La autenticidad o genuidad es una competencia clave en nuestra época, la era de la transparencia, en la que todo se sabe o se sabrá, porque, con las redes sociales, cada ciudadano es un potencial medio de comunicación.
Otra competencia clave, porque lo es, aunque la mayoría no sepa que lo es, es la confianza. La confianza no es solo un gran valor universal y un vínculo emocional. Es también una competencia y, en tanto que competencia, podemos aprender a generar más mediante la formación adecuada. ¿Quién gana unas elecciones o progresa en política? Quien genera más confianza.
La marca personal es “el seguro de vida profesional”. También en política. Gestiona tu marca con un método único.